“Compra el boleto, toma el viaje”. Hunter S. Thompson
Decía Oscar Wilde por ahí, que cada uno recibe del destino los dones, el genio que harán de uno la persona que será en toda su vida, que es también un látigo con el cual se castigará a sí mismo por todo lo recibido, nada lejano de la visión que tenia Platón, acerca del daimon que nos acompaña a lo largo de la vida para hacernos cumplir, aún a costa de nuestra propia voluntad el destino que ya tenemos marcado. Mundo poblado por daimones, ángeles caídos y demonios, ahora transformados en nuestro inconsciente colectivo contemporáneo, que vagan entren nosotros como una voz susurrando, que nos canta una canción ancestralmente conocida en la forma de personas, de imágenes, de palabras y sonidos que van y vienen todo el tiempo; tanto en la vigilia como en los sueños, que vienen a ser las dos caras de una misma moneda que todos lanzamos al aire en algún momento. Sin duda José Luis Sánchez Rull la lanzó algún día, pero las cosas más importantes de nuestras vidas pasan desapercibidas en su momento, si no júzguelo usted mismo… ¿¿¡¡A quién, en su sano juicio se le ocurriría irse a vivir a Tláhuac, que está tan lejos de la mano de Dios y de la justicia de los hombres!!?? Después de haber hecho una vida y una carrera universitaria de arte en la ciudad de Nueva York, sólo a un osado, o a un ingenuo o a un santo o a un monstruo o a una combinación de todos ellos, tomaría esta decisión, que sin duda ha marcado la vida y el trabajo de José Luis Sánchez Rull desde su regreso a México.
Casa, trabajo y vida inundados por esos “seres”, todos exiliados en esa parte de la ciudad de México. Un Frankenstein geográfico y emocional, ente cómico-trágico del México actual. Prometeo encadenado al polvo, los peseros, las fritangas, el comercio ambulante y los perros callejeros, un laberinto de decisiones tomadas que siempre están volviendo sobre sí mismas, por quién sabe que dios del caos burocrático como el trabajo de Sánchez Rull. Hecho a base de pedacería, de fragmentos recogidos de las emociones, los recuerdos, las ausencias, los anhelos, las palabras e imágenes de textos de arte, de literatura y de cómics americanos, que intentan todos juntos sostenerse en vida, en medio de esta fortaleza que es su casa-estudio en Tláhuac. Ahí lleva acabo este diálogo parasicológico con sus propias sombras, sus propios fantasmas, tratando de congelarlos una y otra vez en sus dibujos y pinturas, para preguntarles qué ha sido de ellos, qué mundos han visitado y si las cosas afuera de esa casa son más “luminosas”, más “modernas”, más “alegres”, como nos quieren hacer creer los hombres simplificadores y planificadores de este mundo contemporáneo, en donde la imaginación y el riesgo de asumir un camino en la vida se ha vuelto solo un juego de Wii o de Playstation… Nada que temer a daimones, ángeles caídos y demonios del verdadero infierno que están dentro de nosotros, esperando a que en un pequeño parpadeo de duda ante lo que nuestros ojos “ven”, se nos muestren, se nos revelen con toda su demoledora y terrorífica “belleza”.
Sentado a la orilla de esta densa materia dibujística que es el trabajo de José Luis Sánchez Rull, y hablando de otra cosa, me encontré con estas palabras de Schopenhauer, que a él tanto le gusta:
“La vida debe ser en todo punto contemplada como una severa lección que se nos imparte precisamente en el momento en que no podemos entender cómo hemos podido llegar a necesitar de tal lección, dado que hemos orientado nuestra forma de pensar hacía otros objetivos muy diferentes. Conforme a ello debemos, pues, volver a mirar con complacencia a nuestros amigos fallecidos, reflexionando que han superado esta lección y con el deseo sincero que tal lección haya dado buenos resultados. Y con esta misma perspectiva debemos afrontar nuestra propia muerte, como un acontecimiento deseado y agradable, en lugar de con titubeos y miedos, como normalmente sucede”.
– Daniel Guzmán, ciudad de México, mayo del 2012.