San Isidro’s Still intenta vincular, a través de un montaje particular, la esfera del arte con el mundo de los enteógenos. En este sentido, San Isidro se refiere al nombre común que en México se le da a los hongos alucinógenos. Históricamente se han abordado las conexiones entre estos estados de intoxicación y el arte como instigadores de revelación profana, nuevas percepciones, encuentros rituales y exploraciones lúdicas. De hecho, la etimología de enteógeno se puede relacionar con ciertos términos asociados al proceso artístico, distintos estados de receptividad y el devenir de la obra de arte. Reuniendo el trabajo de 13 artistas de distintas generaciones y geografías, la exposición propone articular la sensación de interconectividad entre naturaleza y cultura, entre los materiales y las cosas, y entre las perspectivas del todo y la parte que a menudo se describe como prototípica de lo enteogénico. El trabajo de Antonin Artaud o de Henri Michaux, por ejemplo, permite vislumbrar este tipo de experiencia a través de la literatura y el arte.
San Isidro’s Still espera evocar dicho modo de recepción que puede ser reconciliatorio, centrándose en los puntos en común entre las cosas más que en sus diferencias. Bajo esta lógica, las piezas también tratan nociones relacionadas con la inconmensurabilidad del universo, formas arcaicas y simbólicas, el reconocimiento de la vitalidad del mundo natural, la arquitectura de la geología y los minerales, geometrías sagradas y la relación entre el microcosmos y el macrocosmos. A través de su materialidad y soluciones, las obras desafían expectativas y lo familiar, reconociendo un espacio humano que incluye mitos, sueños y percepción estética, entre otros factores. Como Maurice Merleau-Ponty mencionó, no es que este espacio humano haya sido abolido, sino que está “reprimido por la percepción cotidiana o por el pensamiento objetivo, y es redescubierto por la conciencia filosófica.” (Phenomenology of Perception (2002) Londres: Routledge. 335-339)